sábado, 26 de junio de 2010

Benito seas por Dios



Imagínate un día en una fiesta. Has bailado tanto que decides tomar asiento para descansar. Te sientas, extiendes lo pies sobre otra silla. Estas distraído. De repente llega un joven, robusto, lleno de vida y se sienta en tus piernas. Es el mismo que has estado viendo durante el baile, el mismo que estuvo todo el tiempo con tu prima tratando de llevársela a la cama. La chica se distrae y él llega como de la nada a ti. Acuesta su pecho enérgico sobre tu estómago y su cara contra tu corazón. Lo abrazas. El tiempo se detiene.

Es fácil narrar acontecimientos. Es difícil contar cuanto sentí. Porque lo que te comento me ocurrió hace un par de días en unas bodas de oro del matrimonio de mi tío Juan. Sí. Fue el mismo día de san Juan y en una finca llamada san Juan. Ya entiendo por qué sucedió todo. El apóstol más joven quiso acostarse en el pecho de su maestro. ¿Sabría que soy profesor? Bueno, parece una analogía traída de los pelos aunque muy oportuna.

La eternidad termina. El chico se levanta. Vuelve al baile. Yo decido ir a cantar junto a los músicos borrachos. En un rincón de la casa la música moderna truena, en el zaguán, las cuerdas trinan, los boleros bailan. Y yo estoy con los guitarristas. Cantamos. A eso de las 4.30 de la mañana regresa el chico, ícono de san Juan. Se sienta en mis piernas. Lo abrazo por la espalda. Lo acerco a mi cuerpo. Nos estremecemos. Cada bolero lo cantamos viéndonos a los ojos, cada vez más cerca.

Sus ojos son un cielo negro y en el horizonte se alza una enorme estrella; brilla. Y ese cielo me mira, me anhela, me desnuda. Mi cabeza es una vorágine, mis intestinos se retuercen. ¿Cómo él, un campesino de cuerpo colosal, de manos de acero, de ríos de sangre crecidos a causa de la tormenta, cómo, repito, se ha acercado a mí para que lo abrece, para recibir calor? ¿Quién soy yo para merecer tanta vida en mi regazo? Es como si la inocencia hecha hombre quisiera sentir mis brazos rotos.

-Tú serás único en el mundo para mí, y yo seré único en el mundo para ti- Nos ponemos de acuerdo. Hacemos ese trato. -¿Sabes que con ese pacto nos convertimos en novios?- Lo sé. -¿Estás seguro?- Sí. ¿No te burlas de mí?- No, tú lo sabes. Desde que hablábamos, hace tiempo, lo sabemos. Creo que con eso se refería a que nuestras miradas han permanecido atentas, han asechado en el jardín, se han asomado por las ventanas de la imaginación esperando el momento preciso. Y es ahora. Llegó el momento y su mirada como claro de luna me sano. Me siento sano.

Gracias y Benito seas por Dios.

viernes, 25 de junio de 2010

Acta de ordenación sacerdotal



En tus tierras de recuerdos, México,
me convertí en el Oyente de la Palabra.
Fui ordenado sacerdote de la estética sanadora;
celebro en el templo del mundo de las ideas.

Como el Quijote también recibí mis armas,
soy caballero de la Palabra bella,
me nombró como tal un caballero de los rosotros de cristo.
Su poder pasó a mí como de Elías a Eliseo.
Tengo su capa.

Bienaventuranza



Los músculos guardan la electricidad primigenia;
conservan la voluptuosidad de la palabra creadora.
La velocidad difumina el espíritu,
el espíritu se deja llevar.

Por eso no dudes de sentir con tu carne.
Acaricia cuando tengas oportunidad;
siente la fuerza de la masa, del tumulto
en los recipientes etéreos de tus sentidos.

Quien obra así vivirá para siempre,
será feliz en el paraiso de la eterna sensación.

Las palabras



Las palabras son un camposanto;
yacen en la fosa del inconsciente humano.

Las palabras esperan un profeta;
alguien que sople sobre sus huesos secos,
algún demiurgo que les diga -vivan-

Ante el profeta se articulan, relinchan,
las palabras.

La materia anhela



La materia anhela ser espíritu...
guarda como un tesoro
el tambor que resuena
en lo más profundo
de la selva humana.

sábado, 12 de junio de 2010

Las lágrimas tienen memoria



Las lágrimas también recuerdan,
por eso, a veces, lloran.
Ellas agitan su sal en las mareas de la historia.
Guardan un silencio repleto de verdades.

El presente es un anciano piadoso,
el pasado, una indígena de brazos fuertes,
y el futuro, un águila que rompe con sus garras el dique de la vida.
Caducidad y eternidad se fusionan en el único y estable ahora,
siempre antiguo y siempre nuevo.

Por eso, cuando lloro recuerdo mares salitres,
y la sal cura mis heridas.